Islas

Islas
Tenerife desde La Gomera

El blog de Beatriz Fariña

El que no inventa no vive. Ana María Matute (premio Cervantes).



lunes, 31 de mayo de 2010

Bohemia jazz

El cafe más interesante que conozco me lo descubrió mi hija, parece mentira tan jovencita y la de cosas que conoce.
En sus paredes cuelgan todas esas fotos que los mitómanos amantes del jazz y del cine clásico almacenamos en un archivador polvoriento o en nuestra memoria. Librerías con ejemplares inamovibles separan las estancias a modo de tabiques literarios.  Tres pianos, uno de ellos de cola, rellenan de manera explendida el interior algo oscuro, el moviliario se complementa (además de con las mesas) con algunos muebles antiguos y una "jukebox" vacía de sonidos. Un pianista septuagenario engrana temas clásicos, de esos que forman parte de la banda sonora de cualquier adulto aficionado a estos temas. A pesar de estar lleno esa noche, se podía hablar. El pianista interpretaba sus temas sin que nadie le hiciera mucho caso, tras unos aplausos solitarios el hombre se fue irguiendo y tocando con más virtuosismo, a pesar de sus manos de nudillos inflamados.
No sé si por la música, el ambiente, la compañía o por todo, pasamos un rato de esos que recuerdas, por lo menos hasta que se te pase el colocón.

viernes, 28 de mayo de 2010

organo femenino

62 pasos de pasillo, 124 ida y vuelta, cinco consultas, dos salas de espera, más de ochenta seres humanos ocupándolas. Nos une a su mayoría el género, a algunas la preocupación y a otras la ilusión. Unos pocos de los ocupantes de las salas portan el gen XY, uno de estos (aún sin edad) nos entretenía con sus carreritas y gracias. El resto de los de ese género soportaba la espera con cara de aburrimiento. Para pasar el rato me entretengo observando.
Allí estaba, paseando como yo. De una elegancia y prestancia que denotaba su buena cuna, era como la Roger Federer del lugar, con cara de no haber pasado hambre en su vida (yo tampoco pero lo disimulo más), su vestimenta "casual" complementada con detalles étnicos remarcaban aún más la finura de su estilo. Aun vistiendo su ropa yo parecería su chacha .... En ese momento llegó otra chica, con bata de médico y se fueron juntas, se me acabó el entretenimiento.  Por la afónica megafonía nos van llamando por el nombre, dos horas de pasillo después, extrañada de que no me llamen pregunto. Dicen que lo han hecho 200 veces (qué exagerado es el personal sanitario), así que con humildad comento que he estado todo el rato muy cerca. La doctora, una vez dentro, vuelve a comentarme que me había llamado, lo único que se me ocurre decir es:  "también me revisaré los oídos".

viernes, 21 de mayo de 2010

carnaval, carnaval ....

Aunque entre la progresía de mi generación no se les considera políticamente correctos, a mi me encantan los carnavales y me lo paso bien los días (bueno, las noches) que bajo. Es verdad que ya cuesta aguantar hasta las tantas, es verdad que ese ritmo de acostarte por la tarde y levantarte de madrugada, para bajar cuando la cosa bulle, no me va nada, de hecho no lo hago. Yo me pego la pechada de sobrellevar la jornada y luego cogerme el tranvía para llegar animaditos a la fiesta. Pues eso, bajar en tranvía una noche de carnaval, es de las cosas más divertidas que se pueden hacer. Por supuesto hay que ir disfrazado y meterse en la historia. Una de esas veces, nos subimos en la parada de la Cruz de Piedra, tras ver pasar las guaguas tan a tope que ni paraban y a las que sólo les faltaba la música para ser un “coche engalanado” de esos de la cabalgata del viernes. Pues, una de esas veces, subimos y, para poder entrar nos tiraba del brazo un grupo de “sarantontones” de antenas convexas y caras rojas, tiraban con una mano y con la otra sostenían el vaso con la bebida que, religiosamente vertieron sobre nuestras pecheras al llegar a la plataforma. Bueno al trocito de plataforma donde nos entraron los dos pies juntos. Me di la vuelta para agradecer el gesto y la bebida y me calló encima una preñada de 1,95 con bigote. Tras el meneo del arranque del tranvía, todos nos recolocamos y con cierta dignidad buscamos un centímetro de barra para asirnos. Mi compañero distaba de mi como siete mascaritas, casualmente todas animadoras con pompones de colores.  La fiesta llegó a su climax cuando un obispo orondo de cojines (no de cojones) sacó una botella de ron y animadamente comenzó a convidar a sus allegados, que podríamos ser como unos doscientos. Todos tendimos la mano cual sedientos ermitaños del desierto,  algunos con vasos medio escachados y otros sólo implorando un chupito directo. Mientras, el conductor en una alarde de solidaridad sin precedentes, seguía parando y subiendo (???) mascaritas. De esa guisa llegamos a la última parada. La verdad que podríamos haber seguido en el vagón otro buen rato yendo y viniendo a La Laguna mientras quedara bebida, pero en fin, hicimos de tripa corazón y bajamos todos. Ya el grupo se fue desparramando un poco y se volvieron a juntar los bigotudos con las de los pompones, los obispos con los diablos, los romanos con las odaliscas y algunas mujeres lograron recuperar a sus hombres llenos de carmines y purpurinas ajenas.   Por cierto, esa noche en ese tranvía, ninguna mascarita logró acertar a meter el bono por la rajita del aparato ticador. ¡ Cosas de los carnavales ¡.

viernes, 14 de mayo de 2010

Encadenados

Lazos fuertes, cadenas que nos atan. Difícil diferenciarlos, se usa la expresión “cadenas” cuando es algo que nos ata, nos subyuga.  Decimos, me une un fuerte “lazo” a alguien cuando esa unión es afectiva y nos sujeta, nos da apoyo.  Sin embargo la visión de un eslabón gigante arrimado por el mar a la orilla evoca imágenes marineras, de aventura, románticas incluso.

martes, 11 de mayo de 2010

tuneado interior

Nada más entrar al taxi sentí que pasaba a otra dimensión, bajó un poco el volumen de la radio para oir la dirección y lo volvió a subir, cantaba Adamo.  No faltaba detalle, hacía años que no coincidía con un taxi así, el de la peli de Almodovar no tenía nada que envidiarle. La moderna emisora con el GPS se encontraba incrustada en una funda de escay de la que sobresalía un tejadito para evitar el reflejo. Del espejo retrovisor pendían diferentes elementos de colores brillantes entre los que destacaba un ojo de la suerte turco (ese cristal azul y blanco tan bonito). La sección de santos y vírgenes estaba alojada por encima de la luz interior, ensamblada de una manera milagrosa, destacaba un “retrato” en blanco y negro de Cristo. Una serie de figuritas variadas hacían equilibrios sobre el salpicadero que además estaba salpicado (verbo lógico en este sitio) de calcomanías de estrellas de distintos diseños, y cada mando tenía adherido un minibotón de colores variados. No todo era abalorio decorativo, tras ambos asientos delanteros había una serie de bolsillos de los que asomaban todo tipo de tarjetas de diferentes negocios y alguna que otra estampita de santo.
Por su edad tuve dudas sobre la propiedad del vehículo, podía ser un empleado y el auténtico “artista de lo kich” estar en casita repantingado frente a la tele. Cuando llegué a mi destino, comenzó a sonar en la radio Ráfaga, él bajó el volumen para informarme del importe y al subir de nuevo el volumen, me dí cuenta de que era él, el auténtico.

domingo, 9 de mayo de 2010

burritos y turistas

Yo tendría 17 años, fuimos un grupito a quedarnos unos días en Masca, recuerdo que al pasar por los altos de Santigo del Teide el viento era tan fuerte que tuvimos que pasar agachados y sujetándonos al suelo. Dormimos en una de las casas del pueblo que nos dejó Pepe Pérez el alcalde pedáneo. Aun no había carretera y los turistas hacían la caminata en burro. Mírenlos qué contentos (los turistas, claro).

jueves, 6 de mayo de 2010

las tomateras

Ella vive en un caserío alejado de un pueblo alejado del sur profundo.  Cuando se casó empezó viviendo en una casa-cueva, luego al nacer los hijos fueron construyendo cuartitos pegados a esa vivienda. Luego algunos de sus hijos, ya mayores, han seguido arrimando cuartitos al de sus padres. A pesar de tener tantos chicos siempre trabajó en los tomates. Tempranito estaba cada día en el cruce entre la pista que llegaba a su casa y la carretera, se subía al camión y seguían recogiendo mujeres por varios caseríos. Comenzaban a trabajar antes de salir el sol y acababan un chorro de horas después. A pesar del madrugón, del frío, del calor y la dureza del trabajo a ella le gustaba ir a la finca a cortar tomates o a deshijar. Era habitual oírla cantando sonriente muy tapada con la típica falda sobre el pantalón y la sombrera calada. Hace unos años que se jubiló y mirando por la ventana mientras friega la losa echa de menos muchas cosas de aquella época: las fiestas del fin de zafra, la conversación con las chicas, incluso aquel licor que les daba el encargado los días de frío y lluvia.