Algunos domingos de verano mi padre llamaba al taxi de Duranza para que nos recogiera, era un Peugeot negro tipo "rubia". No cabíamos todos, los mayores iban en guagua o algunas veces no iban precisamente por que eran ya mayores. Mi madre llevaba, además del caldero de arroz amarillo, una caseta hecha con sacos de azúcar que ella había descosido y luego montado. Quedaba curiosa con esos sellos rojos sobre la lona blanca que decían "azucarera española". Pasábamos el día entero, por la tarde venía de nuevo el taxi y regresábamos a casa ensalitrados y con arena en todos los pliegues de nuestro cuerpo. Recuerdo que íbamos cuando la playa era natural y también luego cuando estaba en obras para convertirse en una playa rubia. Era entonces una playa mucho más incómoda porque habían desaparecido los callaos pero lo pasábamos igual de bien.
Esas cosas que nunca se olvidan, por muchos años que pasen. Bien relatado.
ResponderEliminarGracias por tu paso por mi blog, voy a hacerme seguidor tuyo, eso siempre gusta al principio ver como van aumentando tus seguidores, espero que no abandones y bienvenida a la blogosfera.
Un abrazo.
Son momentos que quedan grabados en nuestra memoria a fuego, porque los poco lujos que habìan se disfrutaban al màximo, aunque yo no disfrute mucho de aquellas teresitas, pero si de los roques de Fasnia, del caldero con conejo y papas de mi abuela y mi abuelo amasando el gofio en su zurròn y ¡lo bien que sabe todo a la orilla de la mar!decìan.
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