Islas

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Tenerife desde La Gomera

El blog de Beatriz Fariña

El que no inventa no vive. Ana María Matute (premio Cervantes).



martes, 31 de agosto de 2010

ventolera

El cartel de cerveza se agita con un chirrido agudo acompañado del ulular del viento entrando por las ventanas. En la radio del coche han avisado de fuertes vientos. Paré en el primer bar de carretera que encontré ante las violentas ráfagas que habían sacudido mi coche. Sería cuestión de pasar allí lo peor del temporal. Al entrar me sorprendió lo cochambroso del lugar, en un extremo de la barra tres individuos mal encarados me miran desde el otro extremo de la desgastada superficie de la barra. Sus vasos están vacíos y, dado el vidrio que se trasluce en sus miradas, deben haber contenido unos buenos lingotazos. En la pared, tras ellos, luce un calendario sin hojas de un año del siglo pasado. Me acerco a la barra y pido una cerveza, un anciano de calva brillante me lo sirve con sonrisa postiza. Pido algo de comer, sólo hay manises. Pues a comer manises, están blandos, a tono con el bar.
Las horas pasan y yo me he apuntado al club de los ojos vidriosos, ya no presto atención al zumbido del viento ni al chirriar del anuncio. Realmente no los oigo, me levanto algo mareado y miro por la polvorienta ventana, ya pasó el vendaval. Pago en la barra, me despido, tropiezo con un perro que está tumbado cerca de la puerta, ni lo había visto. Por fin llego al coche, abro la puerta y al sentarme me planteo, ¿ conduzco o me echo una cabezadita ?.

sábado, 21 de agosto de 2010

Tom y .....


Tom me olisqueó por detrás, como no tenía ganas le saqué un poco los dientes y se fue. Me eché en el socavón que había estado preparando toda la mañana, estaba fresco. El pesado de Tom volvió, pero esta vez sólo se recostó a mi lado. Al rato oímos un ruido en la parte delantera y fuimos a mirar, era el cartero. Le dediqué un ladrido en “tono medio” especial para empleados municipales y demás, me miró algo serio y se fue después de dejar algo en el buzón. Mi compañero había estado moviendo el rabo con mirada desconsolada, era capaz de cualquier cosa a cambio de una caricia. Esta vez elegí como echadero un lugar cerca del muro lateral, estaba dando el sol y se estaba bien. Ambos estiramos las orejas, el sonido iba aumentando gradualmente hasta que ya resultaba hiriente. Tom comenzó a aullar son su mejor tono lastimero, me hacía gracia verlo como estiraba el cuello alargando la u final. Antes también me conmovían las sirenas, ahora ya estoy acostumbrada.
Volvió la tranquilidad y con ella las moscas, es lo malo del calor, a mi me gusta espantarlas a mordidas.
Ahora una vibración conocida se iba acercando, al rato llegaron los dueños en su coche. Al bajarse de él les ladramos en nuestro “tono de recibimiento” alegre y algo acuciante, yo lo adorno con ciertas modulaciones para que entiendan que sabemos que llevan mucho tiempo fuera. Abren la puerta de la casa y a pesar de nuestro bloqueo “quiero entrar” nos dejan fuera. Ahora nos acostamos en nuestras alfombrillas por fuera de la puerta. Los sonidos del interior nos van indicando la actividad de la familia: cocinan, comen, duermen ....
Por la tarde habrá paseo y a la noche la cena, tremenda vida la de los perros.

lunes, 16 de agosto de 2010

El canalillo


El canalillo como expresión suprema del escote, surge en todo su esplendor con la canícula. Los calores del verano son dados a reducir el tamaño de la vestimenta, con especial incidencia en las mamíferas humanas. Los varones, como mucho, muestran sus extremidades inferiores, ahora mayoritariamente depiladas, o en algunos casos excepcionales la ranura de la hucha. Pero sigamos con las mamíferas, muchas afortunadas (entre las que no me encuentro) avanzan en su escote y gratifican a todo el que quiera mirar con ese original canal que se dibuja al colocar sus mamas dentro de ese artefacto conocido como sujetador o sostén. Como muestra todo un clasicazo cinematográfico: Sofía Loren, reina indiscutible de los escotes y todos sus derivados, como complemento el pectoral de Mr. Kutcher, nada clásico pero un bombón.

martes, 10 de agosto de 2010

El tiempo

El mismo que nos fastidia con sus marcas, nos va liberando de muchas cosas y cicatriza nuestras heridas. Pasa sin pedirnos permiso. Se hace pesado si estamos pasándolo mal y corre escapándose entre nuestros dedos en los momentos de placer, con esa inexplicable relatividad. A veces, si nos enfrascamos en experiencias intensas,  lo vivimos tan intensamente que cuando llevamos dos días, parece que llevamos semanas, de la cantidad de “novedades” que buscan sitio en nuestro desacostumbrado cerebro. Una de sus maneras de medirlo, la edad, se convierte en tema principal de conversación cuando almacenamos mucha en nuestro cuerpo.
Pero a pesar de todo, el paso del tiempo nos hace vivir.

domingo, 1 de agosto de 2010

el cursillo de natación

Creado para deleite y disfrute de los padres y tortura de los niños, el cursillo de natación existe desde hace muchos años,  tantos como tenga la piscina donde se da, claro. Yo no fui a cursillo, ignoro si ya había piscina cuando yo aprendí. Yo tuve que enfrentarme con el mar y las potentes olas del Atlántico. Mi padre, que realmente no sabía nadar y nunca iba más allá de donde sus pies tocaban el fondo, fue el que me enseñó. Nos enseñó a todos excepto a los dos mas jóvenes que sí pasaron por la piscina. En mi caso consistía en que te ponían la mano bajo la barriguita y tú pataleabas hasta que un día la mano desaparecía y entre buches de agua salada te ibas manteniendo, luego pasé a usar aletas y con eso ya era la reina de los mares, hasta que al final ya pierdes el miedo y te tiras incluso donde no haces pie, a todas estas te pones en los 12 o 13 años. Los que fueron al cursillo en mi familia lo hicieron jovencitos, el más chico, David comenzó con cinco años, recuerdo que el resto de hermanos  éramos, por turnos, los que lo llevábamos al “matadero”, porque para él era tal cual la situación. ¡ Mira que pataleaba ese chiquillo ¡. Recuerdo que una vez se le escapó a uno de mis hermanos y se escaqueó por ese día de sus obligaciones natatorias. Pero bueno, con el tiempo le fue gustando y aprendió, o aprendió y después le fue gustando.
Luego me tocó a mí y al colega apechugar con nuestra parte de progenitor sádico y llevamos a nuestra hija a aprender a nadar. Salió al tío David la muchacha, también pataleaba y eso que la llevábamos junto con un amiguito algo más resignado, en general la situación se complicaba cuando el resignado se pasaba al bando de la niña y ambos la armaban. Pero nada, nosotros lo teníamos claro, con lágrimas y haciendo “de tripas corazón” los arrastrábamos hasta la piscina donde en poco rato se  sorbían los mocos y le echaban miniovarios y minihuevos y se tiraban a la piscina.
Qué duro es aprender, verdad ¡.