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Tenerife desde La Gomera

El blog de Beatriz Fariña

El que no inventa no vive. Ana María Matute (premio Cervantes).



jueves, 16 de agosto de 2012

El secreto de Arcadio

Había que pensar en una tapadera.
- Ya sé ¡, clases de corte y confección.

Corrían los años 70 y en aquel pequeño pueblo del interior poco había de entretenimiento, así que el hecho de que un grupo de mujeres se apuntaran a clase de costura en casa de una de ellas era de lo más normal.
Dª Claudina, la madre de Arcadio, salió del médico con cara preocupada, había ido ella sola a la consulta aunque el paciente en este caso era su hijo. El Doctor Zacarías le explicó con total “claridad” el padecer del chico, ella realmente no entendió nada pero tras la visita su preocupación aumentó. Su hijo sufría frecuentes “ataques de nervios” desde muy pequeño, esto junto con los mimos excesivos de su madre, le habían causado un cierto retraso, de tal manera que ahora a sus 25 años aquel mozo bien plantado, alto y fuerte no era capaz de resolverse por su cuenta e iba encaminado a sustituir a Venancio, el tonto oficial del pueblo, en cuanto quedara la plaza libre. Porque a Arcadio realmente no se le notaba, no se le notaba hasta que no intentabas entablar una conversación con él, entonces te miraba con una sonrisa alelada y se sumía en su habitual silencio.  En los últimos meses Arcadio había tenido ataques más frecuentes y agudos, por eso la visita de su madre al doctor, éste, además de la sarta de términos médicos con que la apabulló, le recomendó que el muchacho “tuviera trato carnal de vez en cuando con mujeres” o empeoraría, pudiendo llegar a tener aun mayores lesiones. Para Dª Claudina la “medicina” de Don Zacarías resultaba tan imposible como hacerle un sarcófago de oro al niño, de ahí su gran preocupación. Lo primero que la madre descartó fue conseguirle una novia a Arcadio, ya lo había intentado cuando era más joven, antes de que lo evidente fuera evidente. Luego cayó en la cuenta de que el sexo también se puede obtener pagando, pero en el pueblo no había “muchachas de vida alegre”, y tampoco se veía ella en la salita de espera de una “casa de tapadillo” de la capital explicando las peculiaridades del muchacho. Simplemente  Dª Claudina veía imposible “administrar” esa medicina a su hijo.
Esa misma tarde, en casa de su vecina Matilde, tomando café con otras amigas fue cuando Dª Claudina, tras estallar en llanto, se desahogó y compartió su pena. Todas comprendieron la impotencia que Dª Claudina como madre sentía ante la situación. Por la noche Matilde y Ramona, ya solas y algo piripis por las copitas de anís que habían tomado para relajar la situación, comentaron.
- Pues el Arcadio está como para hacerle un favor – dijo Matilde con cara pícara.
- Yo estaba pensando exactamente lo mismo – comentó Ramona reprimiendo la risa- además su madre se lo merece, tan buena amiga que es.
Y así es como comenzó la cosa, casi como una broma. Poco a poco y alentadas por el espíritu colaborador de las mujeres del pequeño pueblo la idea fue tomando cuerpo. El grupo estaba formado por todas las mujeres  casadas entre 35 y 50 años, todas amigas, todas dispuestas al sacrificio por su amiga Dª Claudina y a guardar el secreto. Una de las reglas a la que se llegó por consenso y sin mucha discusión fue que se iría “actuando” por orden alfabético, ya sobre la frecuencia del tratamiento hubo más discrepancia, hasta que se determinó que sería semanal, no iba a estar el enfermo mejor atendido que los respectivos maridos. Cada vez que se reunían surgían dudas, que si mejor domingo que día laboral, dónde, cuándo.....Así hasta que un día Armandina Acevedo algo alterada intervino:
- pero bueno, ¿cuándo vamos a empezar?, mucho bla, bla, bla, pero al muchacho le puede dar el jamacuco en cualquier momento.
No se hizo comentario jocoso alguno, se miraron y comprendieron que el momento había llegado. Como eran tan sólo ocho mujeres, en dos meses acabarían la primera ronda y ya irían improvisando.
El jueves a las 6 de la tarde, en casa de la susodicha se reunieron, y Dª Claudina, al igual que ellas, acudió a la clase de corte y confección que supuestamente se impartía. Ésta iba acompañada de Arcadio, que como siempre iba con su aire abstraído. Armandina, nada más llegar, lo cogió de la mano y lo entró al dormitorio, subió la radio y el resto del grupo comenzaron ajetreadas a preparar café, sacar la máquina de coser, enhebrar agujas, dibujar patrones, coger vueltos y charlar con tono algo forzado sobre la telenovela del mediodía. Dª Claudina participaba en las tareas  con zozobra, cargaba con sentido de culpa, por ella todas esas decentes esposas y madres de familia estaban cometiendo pecado o al menos, para las menos creyentes, engañando a sus maridos. La radio retransmitía un partido de fútbol a todo volumen, de repente dejó de sonar y se abrió la puerta, salió Arcadio con la misma cara de alelado de siempre, tras él Armandina algo sudorosa y ante la atenta mirada de sus abnegadas compañeras soltó:
- Eah ¡¡, ¿cómo va la costura?.