Islas

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Tenerife desde La Gomera

El blog de Beatriz Fariña

El que no inventa no vive. Ana María Matute (premio Cervantes).



sábado, 29 de enero de 2011

Obama y la expendedora de condones. (2ª parte y final)

No hablaban, sólo se estrujaban con las manos y la boca, él metió la pierna entre los asientos y se pasó atrás con agilidad tirando de su brazo, ella cayó sobre él y se quitó los zapatos.
- ¡Maldición! – pensó ella, tenía que haberme puesto vestido, pero claro y yo qué me iba a imaginar, si ni siquiera me gustaba.
Cuando María tenía los pantalones por los tobillos y él la bragueta abierta,  ella se detuvo en seco.
- ¡El condón, póntelo!.
Pedro no usaba, su mujer estaba ligada y nunca practicaba sexo fuera de su matrimonio, ella tampoco, al menos hasta ahora y su marido también estaba “ligado”.
Pedro no respondió, hizo un gesto de “no pasa nada” y siguió.
- No, no, no me la juego, en el pub hay una máquina, vete y saca uno.
- ¿Una máquina? - él no entendía.
- Sí de esas que están en los baños.
- Yo no la vi.
- Sí, estaba por fuera.
- Pues vamos los dos, no te vas a quedar aquí sola.
Con pocas ganas se vistieron, Pedro cogió la llave, cerró y salieron. María notó que le temblaban las rodillas, no sabía si de excitación o de arrepentimiento, lo miró por detrás, la verdad es que reconocía que era atractivo a pesar de sus 53 años.
Entraron y fueron a los lavabos, él la arrinconó contra la pared y la besó como adivinando sus dudas, era mejor no hablar.
- Funciona con un euro y yo no tengo cambio.
- Pues yo tampoco, dijo Pedro tocándose los bolsillos.
- Vaya, qué fastidio – dijo ella dándose por vencida.
- Bueno, cambiaremos.
Pedro se acercó a la barra y le hizo una señal al muchacho del otro lado, éste se meneaba con la música y no se enteraba. Pedro insistió un rato, algo nerviosos.
- Me cambias para la máquina, por favor.
- No hay máquina de tabaco, señor.
La palabra “señor” le taladró el cerebro y le bajó el ánimo de golpe.
- No es para cigarros, es para los condones.
- A, sí, sí, claro.
Pedro llegó con las monedas, María ya no sabía cómo ponerse para que nadie la viera, sentía una mezcla de emoción juvenil, clandestinidad y patetismo.
Pincharon el euro y le dieron cada uno a un botón distinto: el de activación y el de devolución. Se oyó un chasquido y la caída de la moneda. Los leds rojos se apagaron pero no salió nada. Pedro golpeó con la mano, el dispensador aguantó la envestida sin inmutarse y a María le dio la risa floja.  Pedró dejó caer los brazos desanimado y dijo:
- Anda, vámonos, te llevo a casa.

viernes, 21 de enero de 2011

Obama y la expendedora de condones (parte 1ª)

Pedro movía la cañita dentro de su mojito con aire ensimismado, aun no era la hora pero ya tenía hambre, ya que pagaba él pensaba darse un homenaje de marisco en el mejor restaurante de la zona. María llegó puntual, en el trabajo también lo era.
- ¡Mira que perder la apuesta! - pensó Pedro.
La verdad es que era increíble que un negro ocupara la Casa Blanca, para él estaba tan claro que fue capaz de apostarse una cena, y ahí estaba a punto de cumplir la apuesta. ¡Oye, vaya con María! (pensó), que guapa se ha puesto, en el trabajo con el uniforme no parece tan sexy. Ella se había sentado a su lado en la barra con aire triunfador.
- Quieres tomar algo – preguntó él.
- No, prefiero reservarme para la cena, además se nota que tienes hambre.
Una vez en el restaurante hablaron de todo menos de trabajo, ella no se regodeó mucho con su victoria, simplemente comía con deleite, chupada sin ningún pudor las cabezas del marisco y mordía justo por la mitad las cigalas después de pelarlas con las manos. La cena transcurrió en un ambiente distendido como dos compañeros de trabajo bien avenidos que eran, se conocían desde hacía ya 20 años. A mitad de la comida, Pedro le rozó la rodilla por debajo de la mesa al extender su servilleta.
- Perdona, no sabía que estabas ahí.
A María le dio la risa floja, igual que le solía pasar en el trabajo cuando un cliente daba un traspié al salir de la farmacia, porque no detectaban el rebaje que había en el suelo. Pedro se fijó en los oyitos que se le marcaban a ambos lados de la boca, también, desde la segunda copa de vino se había detenido a mirar con agrado los pechos de su compañera, especialmente frondosos esa noche.
La botella de Somontano se hizo poca y Pedro pidió una segunda.
- Pero no decías que no bebías - le comentó a ella.
- Nunca cuando estoy de servicio, claro.
Era curioso que a ambos les gustara el tinto, incluso con el marisco. Al coger las copas, sus dedos se tocaron suavemente y a ella le subió un escalofrío por la nuca.
- ¡Vaya!, pensó para sí, debe ser el marisco, me estoy excitando.
Pedro pagó y la esperó mientras ella iba al baño.
- Bueno, ¿cómo viniste?, ¿te llevo a casa? -  preguntó él.
- Vine en taxi, pero no te molestes, te pilla muy lejos.
Caminaron las dos calles que les separaban de su coche hablando de las cualidades de la cena, hacía una noche estupenda y las calles estaban animadas. Él propuso tomarse algo en un local justo donde estaba el coche, a ella no le pareció mala idea.

En el coche forcejearon un poco con la palanca de cambio para acomodar sus cuerpos, saltaban chispas entre sus dedos, Pedro se había vuelto hacia ella y ella se apoyó en sus rodillas para llegar mejor a su boca. No entendían qué pasaba, se dejaban llevar por un impulso químico que le daba órdenes a sus cuerpos.
No hablaban, sólo se estrujaban con las manos y la boca, él metió la pierna entre los asientos y se pasó atrás con agilidad tirando de su brazo, ella cayó sobre él y se quitó los zapatos.

Continuará ......