Islas

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Tenerife desde La Gomera

El blog de Beatriz Fariña

El que no inventa no vive. Ana María Matute (premio Cervantes).



sábado, 25 de septiembre de 2010

Invisible


Mira que me lo habían dicho, las mujeres después de los 40 se vuelven invisibles. Al principio no lo creía, pero ya han sido muchas coincidencias. Aquel camarero que no te atiende y mira al infinito sin verte, la puerta automática que no te detecta y no se abre, ese chico guapo que te cruzas por la calle y cuando sonríe no es a tí sino que habla con el "manos libres" o la dependienta de la boutique que ignora tus insitentes llamadas para que te busque una talla. Bueno, tampoco me voy a amargar y a dedicarme a recuperar artificialmente mi juventud para pasar de transparente a notoriamente patética. No, simplemente me resulta muy fuerte, fuerte porque parece que va a ser verdad.
Mi último episodio de invisibilidad me ocurrió el otro día, estaba con unos amigos tomando algo y decidí invitarlos sin que lo supieran, cojo mi bolso para ir al baño y disimuladamente pagar, pido la cuenta en la barra y espero. Como tardan decido ir al baño, al salir no veo al camarero y pienso que está atendiendo, sigo esperando. Lo veo aparecer de nuevo y levanto un poco la mano para recordarle lo mío, pasa a mi lado sin verme y lo oigo hablar con otro compañero.
- Has visto al chico rubio de la mesa 11, está tremendo. Yo le haría un pijama de saliva.

A todas estas mi brazo seguía a media asta y mi "por favor" había caído en el olvido rebotando por todo el suelo. Como la situación se prolongaba, paso al momento "EJEM", a ver si les aparezco tras pronunciar esta palabra mágica. Ya resignada doy media vuelta y regreso a la mesa, ya se estaban levantando y despidiéndose unos de otros. Mi amiga me comenta:
- Que estos ya se van, cómo tardabas hemos supuesto que ya habrás pagado.
- Pués sí, ya podemos irnos que llegamos tarde al cine.
- Oye otro día ya invitamos nosotros, vale?.
- Sí claro, de todos modos ha sido muy barato.

Alguna ventaja habrá que buscarle, digo yo.

viernes, 17 de septiembre de 2010

el todo incluido

Este sistema vacacional lleva unos años funcionando, sobre todo en destinos exóticos donde la gente que va no quiere que se lo coma un cocodrilo y lo hacen todo dentro del complejo vacacional. Ha sido en los dos últimos años cuando más se ha extendido en nuestras  islas, llegando a ser ahora mismo una de las fórmulas que más usamos los locales.
Eso de la pulserita es que es maravilloso, te vas al hotel o “resort”, que se dice ahora, con el pariente y los churumbeles, les endilgas el plastiquito en la muñeca y ya te olvidas. Descargas los bultos en el “bungalow” y pa'  la piscina. Allí unos simpáticos (y pacientes) animadores se encargan de hacerte partícipe de la felicidad hotelera. Es curioso como estos profesionales distinguen por el tipo de bañador, el tamaño de la barriga o las gafas de sol, la nacionalidad de los clientes.
Bueno, volviendo al todo incluido, estamos en la piscina, son las doce y media y nos pedimos unos “snakcs” y una caña para ir haciendo gasto, los niños se empujan un “gofre” y un refresco y todos a jugar al “volley pool”. Uno de los momentos cumbre del día es el del “buffet”. Una vez ojeado el material nos armamos de plato y ganas, vamos recorriendo los expositores entongando con gracia nuestro multicolor  almuerzo. Si logramos deglutir todo aquello seguiremos levantándonos hasta ir probándolo todo. Luego, siesta, más “snacks”, más piscina, más “buffet” y “karaoke” nocturno.
Ya ven, el todo incluido puede ser fantástico para relajarnos, pero puede desequilibrar nuestras vidas (sobre todo nuestro peso).
Por suerte sus precios no nos permiten aguantar mucho más de un “weekend”.

martes, 7 de septiembre de 2010

en vuelo

Un río de color verde, a modo de sinuosa serpiente se dibuja sobre el paisaje tapizado de un mosaico de cultivos. Esta visión del país que sobrevuelo me hace rememorar viajes del pasado, aventuras por territorios polvorientos sobre camellos de incómodos andares. Al contrario, yo viajo sobre una velocísima nave desde la que escribo, en un moderno aunque minúsculo ordenador. Ahora bajo mí se extiende un mar de algodonosas nubes, podrían aparecer ángeles y un dios tocando con su dedo a su hijo para cederle dones divinos. Delante de mí, otro padre y otro hijo visionan en su consola una ruidosa película de aventuras, también estarán adquiriendo algún tipo de don. Dejé atrás un aeropuerto, una estación de tren, una de autobuses y un taxi, todo para llegar a mi casa, los escenarios se han ido reemplazando sin  notarlo, ya casi no recuerdo como eran, con esa uniformidad que tienen todos los lugares que albergan gente de paso. A veces pienso si los aeropuertos no serán realmente embajadas de un mismo país sin nombre, ni bandera, ni idioma común, pero con algo que les hace idénticos. Si te duermes profundamente en uno, al abrir los ojos, durante un rato no sabes realmente dónde estás, tan sólo reconoces que es en un aeropuerto.