Islas

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Tenerife desde La Gomera

El blog de Beatriz Fariña

El que no inventa no vive. Ana María Matute (premio Cervantes).



miércoles, 20 de octubre de 2010

Venecia (y II) segunda parte del post Venecia

Lo mejor era quedarse un buen rato y luego salir, esperaba que no le descubrieran. Ahora empezaba a oír algo así como un cuchicheo, luego aumentó y se convirtió claramente en un jadeo, un jadeo a dos voces. No podía ser verdad, estaba oyendo a una pareja en pleno acto sexual. ¿Y la puerta abierta?. Habrían entrado juntos y en el forcejeo amoroso no cerraron. Bueno será cuestión de salir que igual acaban y se ….
Ahora escuchaba pasos por la escalera, alguien subía, ¡por dios que siga al otro piso!.
Su única reacción fue cerrar la puerta y así ganar algo de tiempo.
- ¡Marchelo!, viene mi marido, rápido, la ventana.
Oyó claramente la voz de la mujer y luego todo sucedió vertiginosamente.
Un hombre muy alto y en camisilla entró abriendo con la llave, llevaba una gorra y era la viva imagen del italiano visceral de miles de películas neorrealistas. Al encender la luz y encontrarse con el fugitivo, su reacción fue de sorpresa violenta. Cerró de un portazo y lo miró ceñudo.
- ¿Qué haces aquí mamarracho?.
- Es un error ….
No tuvo tiempo de decir nada más, un puño de hierro se estrelló contra su cara, cayó al suelo y siguió rogando.
- Está equivocado ...yo...
- ¡Renatta!, ahora cuando acabe con éste voy a por ti -. Gritó mientras volvía a levantarlo para continuar con la zurra.
- Rocco, ¿qué pasa? -. La mujer se asomó con el gorro de ducha en la cabeza, no podía creer lo que estaba viendo.
- No te hagas la boba y prepárate.
El intruso ya no lograba articular palabra, el marido engañado abrió la puerta y lo lanzó por las escaleras. Tonino rodó escaleras abajo. En cuanto se detuvo se agarró de la baranda y se levantó. Le dolía todo y le costaba respirar. Sin verse en un espejo sabía que estaba irreconocible. Una idea se impuso en su mente, tenía que salir de allí.
Una vez en la calle volvió a notar el olor dulzón del canal, fue dando pasos y se fue enderezando. Logró llegar a la plazoleta acordada, se derrumbó en un banco y notó como un suave sopor se iba adueñando de él, la última imagen que pasó por su cabeza fue la de la cara de sorpresa de la esposa infiel. Sonrió y cerró los ojos.

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